La invasión rusa a Ucrania y las severas sanciones que Estados Unidos y Europa impusieron en respuesta generaron violentas repercusiones sobre los mercados poniendo en riesgo la recuperación global en la salida de la pandemia y poniendo en aprietos a los bancos centrales que, en un intento por limitar la escalada en los precios, comienzan a recoger el barrilete en un contexto de incertidumbre exacerbada.

Desde el inicio del conflicto miles de vidas se perdieron y más de 3,5 millones de ucranianos abandonaron su país y se convirtieron en refugiados, en su mayoría en países vecinos como Polonia y Rumania. A esto se le suman los desplazamientos al interior del país de cerca de 1,5 millones de personas.

Sin dudas, la invasión rusa representa la crisis humanitaria más relevante en el territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial.

Los impactos económicos tampoco tardaron en sentirse con consecuencias tanto inmediatas como sistémicas. De más está decir que las economías directamente implicadas en el conflicto son las más golpeadas. Incluso si la guerra terminase mañana, estas economías tardarían años en recuperarse y cuanto más dure la guerra, mayores serán los daños.

En Ucrania, la combinación de éxodo y destrucción prácticamente completa de infraestructura en ciertas ciudades llevaría a que la actividad económica se derrumbe como mínimo un 40% en 2022, la peor contracción desde la independencia del país de la Unión Soviética en 1991. Si el conflicto se prolonga sin una solución pacífica, las perspectivas económicas de Ucrania se verán aún más perjudicadas.

El país puede esperar un apoyo masivo para su reconstrucción por parte de organismos multilaterales de crédito como también financiamiento directo por parte de otros países europeos mediante los cuales podrá abordar debilidades pasadas, reconstruir y reformular su estructura productiva y afianzar sus vínculos con occidente.

Sin embargo, el proceso llevará tiempo, no será lineal ni se encontrará exento de las fluctuaciones en el contexto internacional.

Las consecuencias económicas de la guerra contra Ucrania iniciada por Vladimir Putin ya son considerables en Rusia, donde el rublo perdió cerca de la mitad de su valor pese a que el banco central más que duplicó la tasa de política monetaria, pasando de 9,5% a 20% a pocos días de iniciada la guerra al paso que la inflación se disparó al 12,5% anual, el máximo desde 2015.

La Bolsa de Moscú permaneció cerrada durante tres semanas y el Banco Central de Rusia impuso restricciones a las operaciones en moneda extranjera. Muchas empresas internacionales, como Ikea, McDonald’s, Visa y MasterCard culminaron sus actividades en el país. El bloqueo de los activos del banco central y la exclusión de algunos bancos rusos de SWIFT, el sistema de mensajería financiera que permite la mayoría de los pagos bancarios internacionales, llevaron a Rusia al borde del default y están poniendo de rodillas a la economía.

Así, aunque Rusia no esté atravesando una crisis humanitaria, siendo bombardeada y sufriendo destrucción física a gran escala, su economía también se contraerá al menos un 15% en 2022.

Debilitada y aislada, Rusia corre el riesgo de volverse muy dependiente de China en el futuro en la medida en que los lazos financieros, económicos e institucionales con occidente se vuelvan cada vez más distantes, volviendo así más compleja la recuperación de la actividad económica.

Recuperación que, en este contexto, se verá orientada hacia adentro concomitante a complejas reestructuraciones internas con dimensiones institucionales, políticas y sociales en un país con ciudadanos que viven dos realidades paralelas -una alineada al discurso oficial y la otra enfrentada al orden interno establecido-.

El conflicto armado se presenta como un nuevo cisne negro para la economía mundial (nuevo shock de oferta negativo), con implicancias asimétricas a nivel global dados los vínculos comerciales con los países implicados y su cercanía geográfica.

Así mientras las repercusiones del conflicto pueden ser moderadas para países como Australia o incluso Estados Unidos, las mismas crecen con la proximidad geográfica a Ucrania y la dependencia de importaciones provenientes de los países involucrados.

Si bien Rusia y Ucrania tan sólo representan cerca de 2% del PIB global, sí tienen influencia directa sobre los precios de los commodities, ya que en conjunto representan 53% de las exportaciones mundiales de aceite y semillas de girasol, 27% de trigo, 20% de maíz, fertilizantes y gas natural y 11% del petróleo.

Influencia que también se extiende a metales como el níquel y el paladio, lo que llevó a que los precios internacionales de las materias primas en su conjunto escalaran a niveles récord en meses.

Países europeos dependientes del gas ruso como Austria están sufriendo las disparadas en los precios, y también ilustran el motivo de la falta de sanciones a las empresas de hidrocarburos rusas.

Países africanos como Somalia y Egipto donde las importaciones de trigo ucraniano y ruso superan el 80% de las importaciones totales del grano, funcionan como ejemplo para mencionar el creciente riesgo de la inseguridad alimentaria de una porción importante del continente africano frente a la falta de alternativas e imposibilidad de cultivo local también impulsada por la disparada en el precio de los fertilizantes.

Occidente, particularmente la Unión Europea, ya comenzó a sentir los efectos de una potencial «estanflación». Las presiones inflacionarias existentes se verán agravadas por el aumento de los precios de las materias primas, principalmente de la energía.

En simultáneo, comenzó otra ronda de interrupciones en la cadena de suministro, con segmentos del Mar Negro que se tornaron peligrosos de atravesar, espacio limitado en el transporte aéreo en conjunto con rutas cerradas, que llevaron a que los costos de transporte tanto aéreo como marítimo vuelvan a aumentar.

Es probable que la interrupción de las rutas comerciales ejerza una mayor presión a la baja sobre el crecimiento.

La magnitud del impacto económico del conflicto es aún incierta y va a depender en parte de la duración de la guerra y de las respuestas de política, sin embargo, no hay dudas de que a corto plazo va a ser un golpe para el crecimiento mundial y un factor más que se sume a las presiones inflacionarias ya existentes.

Con este último asunto en mente y frente a la necesidad de mantener ancladas las expectativas de inflación es probable que los bancos centrales continúen con la normalización de la política monetaria, aunque en el caso del Banco Central Europeo, dado el escenario recién mencionado, la suba de tasas podría llegar recién en 2023.

Por el contrario, la Reserva Federal de los Estados Unidos, que observa una recuperación más afianzada de la actividad al igual que una inflación más pronunciada, ya avanzó en una suba de tasa de 25 puntos básicos el jueves pasado, señalando al menos seis subas más de igual magnitud para lo que resta del año.

Para concluir, es preciso también mencionar algunas implicancias de mediano/largo plazo del conflicto. Por un lado, la predominancia del dólar como reserva de valor internacional y del sistema SWIFT en un contexto en el cual China busca impulsar el yuan, a la par de la expansión de las finanzas descentralizadas y la tecnología blockchain.

Por otro lado, la transformación de la matriz energética, particularmente en Europa, para lograr una independencia de Rusia en este frente y el avance hacia las energías renovables. Por último, el incremento en el gasto en defensa en el viejo continente en un contexto en el que el accionar de Putin parece no dejar alternativa.

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