El miércoles, en la TV con Marcelo Bonelli, Martín Guzmán señaló sus “logros”: “millonaria creación de empleo formal, incremento de la producción y redistribución del ingreso”. 

No estaría pasando. Lo más probable es que el PIB per capita de 2022 sea menor al de 2021, que la tasa de inversión siga estancada, y que la inflación alcance un nivel de “nuevo régimen (Marina dal Poggetto) que difícilmente permita un salario real creciente. 

Pero es “un logro” dado lo poco que se ha hecho en política económica “en serio” y el desorden gubernamental. 

Es difícil el escenario. A lo heredado de Mauricio Macri debemos sumarle la pandemia y el huracán de precios y restricciones de la invasión rusa. 

No creemos que la gestión de Alberto –como “líder” de América Latina– ante sus homólogos en Europa pueda detener armas y sanciones.

Mauricio nos dejó en default, dólares y pesos, cepo cambiario, recesión, más inflación y deuda externa inexplicable. 

Fardo difícil de cargar. Matías Kulfas y Alberto, en ese orden, eligieron a Guzmán por su potencial para resolverlo. 

No lo promovieron por su experiencia: no la tenía.

Guzmán no sólo no tenía la experiencia y –lo visto– tampoco la personalidad de un policy maker. Investigador, se toma su tiempo para todo. Anunció que tenía un programa para tranquilizar la economía. No lo presentó. 

Negoció la deuda externa con privados. Se tomó un año para lograr un acuerdo que según los expertos, por las condiciones pactadas, podría haberse logrado en meses. 

La inacción produjo erosión de las expectativas acerca de una gestión que prometía crecimiento y estabilización y que no realizó ningún avance en su momento de mayor poder. 

Sin crecimiento y estabilización, no están dadas las condiciones para el desarrollo que, por cierto, además de esas pre condiciones necesita de una política específica para impulsarlo. 

La consistencia de esa política requiere de un programa multidimensional que demanda multidimensionalidad de sostén. 

Nada de eso apareció y tampoco está en la conversación pública diletante. Confírmelo escuchando. 

Ejemplo oficialista: el reciente proyecto de Compre Argentino incluye “3% de beneficio para las empresas con composición mayoritaria de mujeres u identidades no binarias”. ¿Qué incentivan? ¿Qué el 51% del personal de la empresa se declare “no binario”? ¿Prioriza emplear trabajadores con hijos a cargo? ¿O los ahuyenta? 

Ejemplo opositor, que no va en zaga en creatividad legiferante: un legislador de JxC propone la eliminación de cargas sociales para las pymes. 

Dice que hay 600.000 pymes y por esta ley, cada pyme tomará un empleado más el primer año y otro más el año siguiente. Dice “con esta ley se acabó el desempleo”. Otra que J. M. Keynes o M. Kalecki, ¡Premio Nobel ya! Absorberá el crecimiento demográfico del año y los restantes 350.000 puestos absorben el desempleo previo. 

El legislador, mirada seria y look chupino enojado, dijo que cuando se sancione esta ley se crearan 1,2 millones de puestos de trabajo. Emulo de Mauri “la inflación la arreglo en 5 minutos” .

Oficialistas y opositores brillantes. En el sentido que lo que brilla, encandila. Ese es el problema. 
En lugar de tratar de iluminar, sus propuestas, encandilan, distraen. Gambetean la realidad.

Si no hay nada serio que decir, mejor el silencio. Volvamos a Guzmán. 

Sobre esa parsimonia, que privilegiaba el acuerdo con los acreedores privados, llegó la peste global que hundió toda posibilidad de crecimiento y estabilización, y se llevó puesta toda intención de tranquilidad.

Martín, lamentablemente, no aprovechó esa situación internacional condescendiente para cerrar rápidamente el acuerdo que evitara el default con el FMI. Se tomó otro año. La parsimonia es una virtud dependiendo de las circunstancias. No lo son estas y no lo eran aquellas. 

La filosofía Guzmán –vis a vis deudas, crecimiento y estabilidad y desarrollo– responde, a la castiza expresión “el tiempo resolverá”. El hombre es aguantador como la yerba “Amanda” que, según Cristina, inspiró a que su candidato para Comercio Interior llamara con ese “marca” a su hija. Dios los cría.

El tiempo pasó y Martín quedó. 

Dijo Alberto “prefiero 10% más de pobres y no 100.000 muertos”. Superamos los 100.000 muertos y de lejos el 10% más de pobres. Ciertamente todo podría haber sido peor. 

El miércoles Guzmán, que a pesar de la tardanza nos salvó del doble default, señaló que el costo de la política expansiva, para evitar la catástrofe social pandémica, fue infinitamente menor que los beneficios que produjo. Es cierto. 

Pero el PIB cayó el 10%. Sin esas políticas la caída podría haber sido mayor. Pero con otras podría haber sido menor. Quien sabe.

Ahora, después de recuperar el nivel de actividad, sin default a la vista, sin cierres pandémicos, tenemos a Ucrania, según Guzmán, con una presión inflacionaria global de la que no podemos escapar. 

Reconoció que la inflación no es un bicho fácil de cazar y no ignora que no es la invasión rusa la causa de esta tremenda perturbación inflacionaria. 

Tenemos un previo desorden de precios relativos colosal y su dinámica es inflacionaria. 

La estrategia ante la inflación ha sido –no pocas veces– el método de imposición de un “ancla” de decisión pública. Ancla cambiaria, de tarifas públicas, salarial, etcétera. 

La cambiaria, además de los daños que el atraso provoca en la estructura productiva, genera la “brecha” y ésta la expectativa devaluatoria, que es una enorme presión inflacionaria. La tarifaria genera finalmente, aunque no necesariamente, déficit fiscal y los conflictos de su financiación que generalmente son inflacionarios. La salarial puede generar mayor conflictividad social. Nada es sin costos. 

Guzmán usó, tal vez a regañadientes, la cambiaria y la tarifaria y le pegó –en su momento– a las jubilaciones. Perdió mucho más de lo que ganó y la virtud de la parsimonia nos costó, y le costó, una enormidad. 

Llegados a este punto, además de la “catarata de logros” -¡uh!– Martín finalmente contó “su programa” que es el que acordó con el FMI. 

¿Tenemos un programa de corto plazo porque tenemos un programa con el FMI o tenemos un programa con el FMI porque tenemos un programa de corto plazo? 

Este finalmente es el programa: “levar las anclas”. 

Parte de lo que pide la oposición. Pero se queja porque lo hace otro.

Hasta ahora el tipo de cambio oficial no recupera lo perdido o lo que pierde con la inflación, ni las tarifas han dejado de demandar subsidios y el método elegido por Martín (segmentación alquímica) elude el más simple que es el subsidio directo a la demanda de aquellos que no pueden pagar. 

Recuerde que en general los sectores medios y medios bajos de CABA pagan el doble, que de la electricidad y el gas, en el cable más los celulares. Subsidiar la demanda del que necesita.

Tampoco podemos decir que los resultados esperados, como el aumento de reservas en el BCRA a nivel de lo necesario; o la reducción de la emisión o el mejoramiento del perfil del endeudamiento en pesos requerido, sean terrenos conquistados o en vista. 

Con parsimonia, Guzmán en la entrevista dio la idea que, reconociendo que estamos mal, vamos bien. 

Un “no sé por qué” me hizo acordar a Erman González, que dijo lo mismo y al poco tiempo apareció un programa que fue un giro copernicano …pero de 360 grados. 

Un cambio copernicano de régimen monetario y de relación del Estado con la economía y de 360 grados, porque, luego de una bonanza aparente, la Argentina terminó en la hiper desocupación, el hiper endeudamiento y el recibimiento del Siglo XXI con la explosión de la pobreza. 

Una gran lección acerca que las apariencias engañan.

Por eso estamos acá. Industricidio, pobreza, desempleo, restricción externa, deuda externa, Estado enorme y fofo y ahora, como dijo Marina, el cambio de “régimen inflacionario”. 

Pero hay algo muchísimo peor y que el jueves estuvo en las calles. 

Estamos, en los hechos, aboliendo el régimen salarial y el régimen previsional. Reventando al Estado.

El régimen salarial es la esencia del capitalismo, la distribución primaria. El “comunismo real” no lo eliminó y por eso fue “capitalismo de Estado”. 

A fuerza de planes, bonos, IFEs, salario universal, etcétera, un porcentaje creciente de la fuerza laboral está quedando fuera del “régimen salarial”.

En los hechos ese que estamos instalando es un “régimen de desacumulación” que denuncia la trampa de la radical incapacidad de gobernar en la que hemos caído. Empezó hace 46 años. 

La “Caja Pan” fue el primer paso para guarecer del derrumbe de la inversión que generaba hambre antes que desempleo. 

El derrumbe fue la consecuencia de la guerrilla montonera, el “Rodrigazo” y la Dictadura Genocida que, coincidentemente, querían terminar y terminaron, con el Estado de Bienestar. 

Es decir con la promoción del pleno empleo (salario) y de la inversión (acumulación). 

El “gobernar es crear trabajo” se convirtió en “gobernar es inventar pagos de transferencia”.

Todo régimen previsional es uno de seguro por el cuál alguien paga para hacerse acreedor al beneficio. Hubo moratorias previsionales desde los 60. 

Pero el kirchnerismo, en el marco del sensato retorno al régimen de reparto, desarrolló un sistema de pago de beneficios a cualquiera que lo solicite más allá de haber pagado o no el seguro o de tener una necesidad que realmente sea un derecho. 

Porque el discurso de Evita “donde hay una necesidad hay un derecho” no era la promoción de un “festival de derechos” a sostener por el Estado ante la mera declaración individual de percepción de necesidad. 

Porque la primera necesidad a satisfacer por el Estado de Bienestar es la de la dignidad del trabajo. 

Drama estructural. Sin saber las consecuencias fatales de hacerlo estamos aboliendo el régimen salarial y el previsional, bases del Estado de Bienestar. Leña al fuego para el incendio del Estado de Malestar.

No está en la conversación pública la responsabilidad para prever la catástrofe a la que esta política chupina nos arrastra. 

Silencio de los culpables. Responsabilidad es discutir política económica en serio.

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