El 2022 fue un año complejo para los precios. Con una inflación que se estima rondará el 100% a fin de año, los alimentos fueron uno de los principales impulsores de la suba y, según el Indec, en octubre ya acumulaban una variación del 80%. 

  • Sin embargo, no todo son malas noticias: los últimos dos meses la inflación en alimentos mostró una desaceleración, pasando del 7,1% en agosto a 6,2% en octubre, número que según nuestras estimaciones se mantendría en noviembre. 

A pesar de esto, cada visita al supermercado termina en resignación y la sensación es que los precios de los alimentos no tienen freno. Y hay algo de cierto en esto: aunque la inflación en alimentos muestra una tendencia a desacelerarse, la Canasta Básica Alimentaria (CBA) -aquella que determina la línea de indigencia- experimentó en los últimos meses el comportamiento contrario, llegando a registrar en octubre un aumento del 9,5%. Con este último dato, la CBA rompe la barrera de los dos dígitos y ya acumula, en los últimos 12 meses, una suba del 100,8%.

Aunque de buenas a primeras esta diferencia suene extraña, no lo es tanto si se entiende la forma en que se construyen ambos indicadores. Mientras que el IPC considera un universo amplio de más de 200 productos dónde, dentro de cada categoría, se relevan distintas variedades del bien, la CBA se centra en una canasta específica de 60 productos que responde a los requerimientos nutricionales y calóricos de un hombre adulto, siendo de consumo habitual y generalmente trasversales a todos los estratos sociales. 

Así, por ejemplo, mientras que el IPC considera en su estimación el precio de todos los cortes de carne, la CBA sólo se centra en algunos específicos, como el asado, la paleta y la carne picada, entre otros. 

Esto implica la posibilidad de que existan diferencias entre ambos indicadores, en tanto los productos incluidos en la CBA pueden mostrar subas superiores a las del resto de los considerados dentro de la categoría que les correspondería en el IPC, y que, al promediarse, tendrían un menor impacto.

Esto fue de hecho lo que sucedió en octubre: productos básicos de la dieta de los argentinos como lo son la leche, la papa y la banana, entre otros, experimentaron fuertes subas, impulsando la CBA al alza y validando la sensación de «los precios están volando». 

Sin dejar de lado las motivaciones macroeconómicas que llevan los precios al alza, estos bienes mostraron subas particularmente altas como reacción a cuestiones que impactaron de forma específica a su proceso productivo. Así, la leche fresca en el AMBA alcanzó el 17,3%, respondiendo al incremento otorgado por la industria a los productores lácteos, para sostener los niveles productivos por los efectos de la sequía, el encarecimiento de los fertilizantes y el aumento del alimento balanceado. La papa, con una suba del 57,6% se vio afectada por una menor oferta, producto de la transición de la cosecha entre zonas, desde el sudeste de BA hacia el norte del país (con mayores costos de transporte) y por las condiciones climáticas que en algunas áreas afectaron los tiempos de cosecha. En el caso de la banana, el aumento fue del 18,9% y, al igual que el resto de las frutas importadas -la producción local cubriría apenas entre el 3% y 4% de la demanda-, se vio perjudicada por la dificultad de conseguir permisos de importación y los pagos diferidos a 180 días que obligan a los importadores a obtener financiamiento externo contra un dólar futuro que cotiza por encima del actual.

Un punto a destacar es que la suba del precio de estos productos en la góndola no necesariamente representa un incremento en el ingreso equivalente para el productor, sino que puede ser apropiada en distinta proporción por los múltiples actores de la cadena. 

Según un informe de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), la participación del productor en el precio final de venta de los productos agropecuarios bajó de 26,7% en septiembre a 24,7% en octubre. En el caso de la leche, por ejemplo, el aumento recibido por los productores fue de entre el 5% y el 6%, mientras que en las góndolas fue de cerca del triple. Lejos de buscar culpables o ganadores y perdedores, es importante reconocer las tensiones que se generan en este sentido para comprender el problema de forma integral y considerar los desafíos que se presentan a la hora de buscar soluciones.             

Aunque las subas en octubre responden a factores específicos, a futuro se vislumbran algunas cuestiones que podrían tener un impacto negativo tanto sobre la inflación en alimentos como la CBA. 

Las condiciones climáticas han implicado mayores niveles de faena por la falta de alimento (que además se vio agravada por la suba de fertilizantes y alimento balanceado) generando una sobre oferta de carne vacuna. Esta se vio potenciada además por las mayores restricciones y menor demanda del mercado chino, lo que llevó a subas mensuales considerablemente por debajo del resto de los alimentos, de entre el 2% y el 3% en los últimos meses. Esta situación, sin embargo, podría revertirse en un futuro cercano en tanto la falta de lluvias impactó negativamente sobre la preñez de los animales. 

Por otro lado, la sequía afectó también las proyecciones de cosecha de trigo: la Bolsa de Comercio de Rosario estima que la producción será inferior a la observada en el ciclo 2017-2018, una de las peores campañas de las últimas décadas. Esta caída en la producción implicaría además una menor entrada de dólares y, por tanto, complicaría aún más la situación de las reservas, pudiendo llegar a imponerse mayores restricciones sobre la importación de algunos alimentos. Esto resulta particularmente relevante si se considera que tanto las carnes como los panificados, cereales y pastas, son alimentos de fuerte incidencia en la dieta. Asimismo, la distribución de los márgenes entre agro, industria y comercio no jugará un rol menor en la determinación de los precios de estos productos en los próximos meses. 

Las implicancias del aumento de la canasta básica podrían alcanzar, además, a las estadísticas de pobreza: como se mencionó anteriormente, la CBA marca la línea de indigencia y determina la línea de pobreza. Sin embargo, existe una red de contención estatal sólida que evita, al menos en términos generales, que aquellos que ya son pobres caigan en la indigencia. Ejemplo de esto es la reciente actualización de los montos otorgados por la Tarjeta Alimentar, que hasta el último aumento cubría cerca de 2/3 de la CBA de un niño de 9 años, pasando a cubrir ahora cerca del 85% de la misma. No obstante, los estratos medio-bajos no cuentan con estos recursos.  

Si además consideramos que la mejora observada los últimos semestres en términos de pobreza, se debe en parte al aumento del empleo que se vio traccionado por el empleo no registrado -más vulnerable y con menor capacidad de negociación de los salarios-, el panorama, de continuar aumentando el precio de los alimentos básicos, no parece optimista y la tendencia a la baja de la pobreza podría revertirse en el corto plazo. 

En este contexto, el Gobierno anunció el lanzamiento del programa «Precios Justos» que contempla el congelamiento del precio de 1823 artículos de la canasta básica por cuatro meses comenzando a partir de diciembre. Si bien el impacto que se estima tendría el programa sobre la inflación general sería, en el mejor de los casos, leve, queda pendiente ver cuáles serán los efectos sobre los precios de los alimentos, la pobreza y la distribución de márgenes entre los distintos actores.    

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