La realidad de la crisis actual tiene algunos elementos que la diferencian de casos anteriores. No está precedida de un congelamiento de precios ni de un acuerdo de precios vinculante, pero hay signos de desabastecimiento y de inviabilidad de controles de precios. No está precedido por una crisis bancaria ni por un default de la deuda. Tampoco por alguna devaluación de la moneda que el mercado entienda que será seguida de otros saltos abruptos del tipo de cambio oficial. Ni siquiera ha comenzado ningún “tarifazo” ni nada parecido.
Pero el control de cambios con tipos de cambio múltiples y el control a los flujos de capitales ha conducido al fracaso al régimen de minidevaluaciones diarias aplicado desde diciembre de 2019. La exacerbación del cepo cambiario desde octubre de 2020 liquidó los incentivos para todo eventual interés de algún inversor extranjero por proyectos de inversión en nuestro país, salvo alguna ventaja compensatoria del Estado.
A su vez, la aceleración de la inflación y la incertidumbre política incrementaron el escepticismo sobre el futuro de las cuentas fiscales, las reservas del BCRA y el cumplimiento de las metas acordadas con el FMI. El riesgo país arañó los 3.000 puntos básicos y por ahora no baja de 2.400
Pero no es la primera vez que una aceleración inflacionaria y de las subas del tipo de cambio ponen a un gobierno contra las cuerdas. Y como en otros episodios de 3-4 décadas atrás, algunas decisiones equivocadas pueden empeorar todo.
Bien vale tener presente la advertencia de una nota del columnista Scott Squires de la agencia Bloomberg de esta semana: “Con la inflación acelerándose hacia los tres dígitos y según los economistas, a sólo uno o dos errores de política para iniciar una hiperinflación, el BCRA está tratando desesperadamente de evitar una devaluación del peso que sólo gatillaría otra ola de subas de precios”.
Tanto los saltos inflacionarios como las devaluaciones de la moneda, cuando superan cierto umbral, generan efectos empobrecedores que la población pasa a rechazar con mayor firmeza.
- La pérdida de confianza en las autoridades no puede detenerse en esos casos. La población también en esos casos pierde la credibilidad en las políticas aplicadas y en los funcionarios que las aplican, y el conflicto distributivo se exacerba cuando los ingresos para repartir y apropiar suman un total cada vez más pequeño.
La otra cara de la inestabilidad de precios es la inestabilidad institucional y no pocos gobiernos lo pagaron precedidos por picos inflacionarios, devaluaciones y/o crisis financieras que precipitaron caídas de ministros de economía, renuncias prematuras tanto de presidentes constitucionales como de facto, llamados a elecciones anticipadas y/o derrotas electorales.
Las grandes devaluaciones, al igual que las altas e hiper inflaciones, pueden voltear gobiernos, pero no necesariamente conducen a cambios estructurales que eviten la repetición de políticas que conducen a más pobreza y más conflictividad.
La aceleración de la emisión de dinero aun con tarifas públicas y tipo de cambio oficial atrasados, la inflación y la brecha de los dólares paralelos respecto del oficial se ampliaron y exacerbaron las expectativas de devaluación y del temido paso a una hiperinflación.
- El “core” de las políticas aplicadas desde diciembre de 2019 fue un cepo cambiario cada vez más prohibitivo. Pero el afán por reprimir la demanda de dólares mientras los pasivos monetarios y cuasifiscales del Banco Central siguieron creciendo sin límite llevó a una pérdida del control de la oferta y de la demanda de pesos, y también de la demanda y de la oferta de dólares.
Mientras el Indec, semanas atrás confirmaba que cientos de millones de dólares de argentinos se encuentran fuera del sistema financiero institucionalizado, el Banco Central prácticamente carece de reservas líquidas propias desde hace varias semanas. Consecuencia de anuncios no creíbles, en un marco de una administración ineficiente y bastante desorganizada de las políticas aplicadas. La pérdida de confianza general se evidenció en la derrota del oficialismo en las PASO y en las elecciones de medio término del año pasado. El resto lo hizo la interna del oficialismo que condujo finalmente a la caída de dos ministros de economía en menos de un mes.
Múltiples desafíos
El desafío para el nuevo equipo es el de abordar el legado de 2 años y medio de intervencionismo sin plan: a) un fisco que aun después de reestructurar deuda externa con los bonistas y el FMI carece de un programa fiscal que dé algunas certezas de solvencia en el largo plazo, b) el fracaso del control de capitales, y su contrapartida, la desaparición de Argentina en el mapa de inversores privados del exterior como mercado interesante, c) el fracaso de la tontería monetaria moderna (llamemos las cosas por su nombre) y de los controles de precios para el diagnóstico y el control de la inflación, d) el fracaso del control de cambios para estabilizar el tipo de cambio, desdolarizar ahorros y evitar la caída de las reservas líquidas del BCRA a niveles más que mínimos, e) precios relativos distorsionado por precios tope insostenibles cuya eliminación (gradual o no) torna imposible imaginar una baja significativa de la inflación en el corto plazo, f) una tardía intención de subir tasas de interés que en estos días parecen acompañar la inflación observada y el ajuste de la inflación esperada, y no un intento, al menos, de ser un ancla antiinflacionaria, g) el persistente aumento de la presión tributaria, y h) la percepción de inseguridad jurídica en cada vez más actividades.
Los anuncios del nuevo ministro inician cierto ajuste tarifario y no mucho más. Lejos se está de un genuino programa de estabilización y de alguna forma de revertir parte, al menos, del legado de las políticas poco convincentes de sus antecesores.
El nuevo ministro inicia la gestión en un camino tan estrecho como la cuerda de un equilibrista. De un lado soplan los vientos de los reclamos de los sectores más desfavorecidos para contar con asistencia económica y nuevas oportunidades para recuperar ingresos. Del otro, los de los acreedores que han prestado millones de dólares en los últimos años y no quieren un nuevo default. Guste o no, su equipo deberá jugarse por definiciones claras, precisas y en muy corto plazo.
Al menos antes de que los desequilibrios en curso y nuevas perturbaciones políticas y externas terminen con el nuevo ministro y su equipo al borde de su eyección, complicándose aún más el tránsito para el oficialismo hacia las elecciones presidenciales del año próximo.