Rodolfo Urtubey, padre de quien fuera gobernador salteño, formó parte de las filas del último peronismo con Perón. En 1972 estuvo a punto de ser el asesor militar del viejo líder y trabajó con Juan Manuel Abal Medina como uno de los gestores para concretar la vuelta del General al país.

En el libro “Cámpora, el presidente que no fue”, de Miguel Bonasso, se relata la participación de Urtubey padre que era sólo uno de los tantos partícipes de una interna feroz, una segunda batalla que se desataba en medio de la gran pelea por el retorno peronista.

Describiendo las extensas negociaciones y tácticas que se realizaron a comienzos de los 70 para que Perón pudiera regresar a nuestro país, Bonasso escribió: A través de Juan Manuel Abal Medina y del salteño Rodolfo Urtubey (cuñado del también salteño Julio Mera Figueroa), el General fue aceitando sus contactos con los coroneles nacionalistas de las nuevas camadas. En especial con los que se habían alzado recientemente en Azul, Olavarría, Río Gallegos y Formosa. Su proyecto iba mucho más allá del simple golpismo que le atribuía Lanusse; acariciaba la idea de una insurrección cívico-militar, que partiera de una probable ‘huelga general’, se enlazara con la protesta del Frente Cívico de Liberación y el activismo de la Juventud y las ‘formaciones’, para coronarse con la acción decisiva de los conspiradores militares. ‘Me han hecho llegar -decía- que los coroneles están en movimiento y a la espera del apoyo popular, en cuyo caso todo puede hacerse coincidir’.

En una de los tantos intercambios epistolares que Perón mantuvo con su delegado Héctor Cámpora, el General, desde Madrid, advertía sobre un posible “gato encerrado”: la posibilidad -escribió Bonasso- de que ‘los militares de la Camarilla Lanusse’ se estuvieran ‘tirando a una operación propia que comienza con la provocación que han producido, buscando instaurar una dictadura violenta como la que vienen anunciando desde hace tiempo’.

Dos días después -seguía Bonasso- le hizo llegar una carta mucho más larga donde ratificaba el compromiso con los ‘coroneles’: Se preguntaba ‘cómo reaccionarían nuestros amigos en las Fuerzas Armadas cuando noten que tienen el apoyo del Pueblo que han solicitado’. Y se respondía: ‘pero cualquiera sea su reacción, nosotros no podemos ya dar marcha atrás’. La extensa misiva destacaba (incluso tipográficamente) su preocupaciòn por el ASUNTO UCR. Reiteraba los consejos de ‘cautela respecto a Balbín’ y se hacía eco de una denuncia de Alfonsín contra el jefe radical, recordando que había recibido el apoyo del sector ‘sionista’, muy ‘gorila’ y dispuesto a un acuerdo con el régimen. ‘Pienso que Balbín nunca aceptará el Frente’, concluía el General, e insistía con la táctica errónea de sacarle pedazos a la UCR, a través de dirigentes como Asseff. El análisis global, en cambio, seguía siendo muy lúcido:

‘Es indudable que el GAN (Gran Acuerdo Nacional) es el instrumento ideado para asegurar la continuidad del régimen. Este pensó que (el acuerdo multipartidario) La Hora del Pueblo podía ser el instrumento, el GAN el marco y Lanusse el candidato. ESTE ERA EL PLAN. Aún no ha sido desechado. Todo parece oponerse a ello pero el régimen perseverará’.

En consecuencia, proponía contar con una Hora del Pueblo ‘homogénea y decidida’, mientras se cocinaba el Frente, porque ‘la mujer que quiere a dos, no es tonta sino advertida, si una vela se le apaga, la otra le queda encendida’.

Había por allí, perdido, un consejo invalorable:

‘Hay que dejarlos que sueñen, a condición de que los podamos despertar oportunamente cuando ya no les valga de nada haber despertado. La sorpresa no se asienta sólo en que el enemigo no sepa nada hasta el último momento; es suficiente con que no lo sepa hasta que llegue el momento en que, aun sabiéndolo, ya no pueda tomar medidas apropiadas para defenderse’.

El General descontaba, obviamente, que la dictadura no intentaría más tratativas con él y le avisaba que había ordenado dar a publicidad el famoso documento iniciado por Sapag. El hombre elegido por Perón fue el general (retirado) Miguel Ángel Iñíguez, un eterno golpista frustrado, que estuvo encantado de apropiarse de la ‘revelación’ y marginar al Delegado, a quien despreciaba. Cámpora, con su habitual cortesía, se lo hizo notar al General.

En cambio Abal Medina y Urtubey, que unos días antes habían anunciado al Delegado su viaje a Madrid, acudieron a saludarlo al regresar. Cámpora, que hacía un culto de las maneras corteses, agradeció el gesto de Abal y comentó con Mario y Héctor Chico que “ese muchacho estaba llamado a importantes destinos en el Movimiento».

Después de los hechos que derivaron en la Masacre de Trelew, la presión y la puja entre la izquierda y la derecha peronista iba en ascenso casi al mismo tiempo que las tensiones entre el gobierno de facto de Lanusse y las negociaciones para que Perón efectuara su regreso. Como escribió Bonasso, “el gobierno argentino iba juntando presión”. Y los halcones reclamaban un gesto ejemplarizador –agregó-. Que pusiera coto a ‘la subversión’ y a las insolencias de Juan Perón. Que separase a Perón de la guerrilla y a la guerrilla del pueblo. Conscientes de esa amenaza latente, el Partido Justicialista y los abogados habían exigido ‘garantías’ para la integridad física de los presos de Rawson. El ministro Mor Roig se preguntó ‘cuáles era las amenazas a la integridad física y derechos humanos’ de los presos y rechazó ‘que se pretenda presentar a los protagonistas del luctuoso proceso como víctimas’.

El 17 de agosto los pasajeros de un avión portugués que esperaba pista en Ezeiza presenciaron un episodio que no publicaría ningún medio. Súbitamente se abrió la portezuela e ingresaron a la cabina varios policías de civil que se llevaron -amablemente- a un señor alto y calvo. El avión partió y el señor alto y calvo se quedó literalmente secuestrado en Ezeiza durante varias horas. Era el ex coronel Horacio Ballester, dado de baja por Lanusse en enero de ese año, que pretendía viajar a Madrid para entrevistarse con Perón. A través de Urtubey, que se perfilaba como su nuevo ‘asesor militar’, el General le había enviado el pasaje. Ballester, uno de los líderes del grupo de ‘los coroneles’, tardó muchos años en saber que Osinde, con quien competía Urtubey, lo había entregado.

Luego, Bonasso agregó: Osinde había logrado parte de lo que pretendía: estaba a cargo de ‘Seguridad Buenos Aires’ y había creado una estructura de Inteligencia que debía reunir información y transmitirla ‘a la aeronave en vuelo’, desde dos transmisores VHF de corta distancia: uno emplazado en Montevideo y otro en Ezeiza. La red de Osinde estaba integrada por el mayor Martorano ‘que enlazaba con el mayor Coronel’, a cargo de las emisiones de VHF desde Ezeiza, y por el vicecomodoro Yavicoli, que tenía a su cargo las de Montevideo. ‘Seguridad Buenos Aires’ también ordenaba a los emisores de Durazno, San Pablo y Río lo que debían transmitir. Osinde, sin embargo, no estaba contento, porque tenía competencia. Abal Medina y Urtubey habían logrado que el General nombrase como jefe militar ‘en caso de operaciones’ al coronel Horacio Ballester que, para el Delegado Militar, era un recién llegado. Una mañana Ballester lo había citado en una oficina de la calle Carlos Pellegrini para decirle, delante del coronel Gastón Driolet, que ambos debían ponerse a sus órdenes. Driolet, que estaba en actividad, le reprochó a Ballester su ‘falta de delicadeza’ para con un veterano como Osinde y recibió una seca respuesta: ‘son órdenes del general Perón’.

Osinde, un torturador experto en inteligencia, fue uno de los candidatos de la derecha peronista a la sucesión de Jorge Paladino como delegado de Perón y candidato presidencial.

En el libro «Ezeiza», el periodista Horacio Verbitsky contó que Osinde viajó a Madrid a mediados de 1972 “con el encargo de Lanusse de convencer a Perón de que aceptara su proscripción como candidato para las elecciones de 1973”. Y agregó: En noviembre dio seguridades a Lanusse de que Perón no volvería a la Argentina. Cuando el avión en que volvió estaba en el aire intentó desviarlo hacia el Uruguay. Se opuso a la realización de las elecciones del 11 de marzo y luego buscó empleo en el gobierno surgido de ellas. Aspiraba a dirigir una vez más los servicios de seguridad, pero López Rega le consiguió en el Ministerio de Bienestar Social la Secretaría de Deportes y Turismo. Desde allí, en estrecho contacto con José Rucci, el teniente coronel Jorge Manuel Osinde organizó la custodia de López Rega y el operativo del 20 de junio.

El 20 de junio de 1973 se produjo la Masacre de Ezeiza, la emboscada con la que la derecha peronista atacó a los sectores de izquierda del movimiento. Fue el primer paso de la futura Triple AAA y los grupos de tareas de la dictadura. Osinde había triunfado.

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