Cientos de personas volvieron a concentrarse frente a la puerta de la casa de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, por octava vez consecutiva desde que el fiscal Diego Luciani pidió para ella 12 años de condena y la proscripción perpetua. Una vez más, las calles de la Recoleta, uno de los barrios más paquetes de la Capital Federal, fueron una fiesta y, a diferencia de los días anteriores, este lunes la policía de la Ciudad de Buenos Aires no montó un operativo desmedido para reprimir porque la cantidad de personas que asistió fue menor que la que se acercó durante todo el fin de semana. Hubo, sin embargo, algunos carros de asalto a unas cuadras del domicilio y en la intersección de las calles Juncal y Uruguay se instaló un grupo de agentes de tránsito que organizaban la circulación. La vicepresidenta, que había salido de su casa a las 12 del mediodía para ir al Senado, volvió a las ocho de la noche y los manifestantes, con mucho amor y respeto, se acercaron a ella para que firme el libro Sinceramente, para poder decirle gracias, o simplemente para tocar su mano. Ella les agradeció uno por uno, los abrazó y saludó y luego ingresó al domicilio. Una vez que eso sucedió, las personas comenzaron a desconcentrar de manera muy tranquila.

La movilización comenzó cerca de las cuatro de la tarde cuando un grupo de militantes de las organizaciones Peronismo por la Soberanía; Movimiento Octubres y Peronismo 26 de Julio, concentraron en 9 de julio y Juncal. En esta ocasión no hubo militantes de la Cámpora ni de otras de las organizaciones más masivas. El grupo de unas 300 personas comenzó a caminar por la vereda –estaba la orden de no cortar las calles– hacia la casa de CFK, pero en el camino los vecinos del barrio, llenos de ira, les arrojaban por los balcones bollos de papel mojados y agua.

Una vez en la puerta del edificio, entre la gente se ve a una familia que, muy emocionada, se saca selfies y se abraza. «Venimos de Concordia especialmente a saludar a Cristina. Yo soy abogado y como hoy es el día del abogado no trabajé y vinimos a verla con mi familia», cuenta Mariano. Al lado, su compañera rompió en llanto y dijo a este diario que «le debemos a Cristina que haya nacido nuestra hija, Eva, por el tratamiento por fertilización asistida. Ocho años estuvimos intentando tenerla y nació en el 2014, el año que salió la ley de fertilización«. Ella opina que CFK debe ser la candidata a presidenta en 2023. «Pienso que CFK es la única que puede llevar adelante un proceso de recuperación y enfrentarse a los que hay que enfrentarse para poder ayudar al pueblo argentino. No veo en otro dirigente del peronismo los ovarios que tiene CFK», termina.

Cerca de ellos está Ramón, que vino desde el barrio de Lugano. Tiene 55 años y lleva puesta una remera que tiene la foto de Cristina, el día que presentó Unidad Ciudadana en un acto de 2017 en la cancha de Arsenal. «Esta remera la usé para la campaña anterior, pero ahora le agregué el 2023″, dice entre risas. Cuando tenía 17 años Ramón fue a la guerra de Malvinas y asegura que quiere a la vicepresidenta por «sus políticas de soberanía».

Durante el gobierno de Macri, Ramón se quedó sin trabajo. Lo despidieron de la fábrica de Terrabusi, donde trabajó toda su vida. Ahora trabaja en un comedor comunitario y a cambio recibe un programa Potenciar Trabajo. Además hace changas en la construcción. «Los que dicen que los que cobramos planes no trabajamos no saben nada, porque yo trabajo y tengo 55 años, pero por más que tenga experiencia y el secundario terminado nadie me contrata», subraya. «Vengo a apoyar a nuestra líder política indiscutible que es CFK. Tiene que volver a ser presidenta para que volvamos a tener felicidad, trabajo y podamos pagar la deuda que dejó Macri», finaliza.

En la calle Juncal, la única que estuvo cortada en una sola cuadra, ya que en Uruguay seguían circulando los autos y colectivos, la gente canta el «che gorila, che gorila, no te lo decimos más, si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar». Algunas vecinas, mientras tanto, pasan indignadas y los insultan, al igual que lo hacen otras personas desde los balcones. Una de ellas, pasa con un tapado de piel y un perro caniche y dice: «odio ver gente vagando y que no trabaja. No tienen derecho a estar acá, yo vivo en este barrio desde que nací». Ante la consulta de este diario sobre cuál es su trabajo, dice: «ahora no trabajo, pero trabajé en ropa».

También hay carteles con corazones pegados arriba de la puerta del edificio y hasta un hombre disfrazado de pingüino. Rodrigo hizo uno de los carteles y cuenta que «vengo a acompañar a CFK porque creo que la derecha está utilizando como herramienta represora a la Justicia y hay que defenderla». Tiene 21 años y pidió un rato en el trabajo –es oxigenista en el Hospital Rivadavia– para poder venir con su novio. «El kirchnerismo ayudó mucho a la inclusión, yo soy bisexual, estoy con mi novio, e hicieron mucho por nosotros como el matrimonio igualitario, el cupo laboral trans, hay un montón de cosas que marcaron a nuestra generación y esperamos que la sigan marcando», concluye.

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