Tienen posicionamientos ideológicos y pertenencias políticas distintas, pero los Emilianos, Durand y Estrada, comparten rasgos. Haberse impuesto en las elecciones que disputaron en 2021 es uno; haberse erigido como actores políticos a partir de tales triunfos es otro. Seamos rigurosos y definamos a los “actores políticos” como figuras capaces de sintetizar y canalizar ciertas aspiraciones colectivas aun cuando ninguno pueda imponerse al gobernador Gustavo Sáenz en 2023. Hay otro rasgo común. Sus triunfos (Senado provincial en un caso, diputación nacional en el otro) opacaron a los outsiders, esos candidatos que descollaron en Salta entre 2009 y 2019. Figuras que adquiriendo popularidad en ámbitos no políticos se lanzaron al ruedo electoral vociferando violentas letanías contra la clase política y prometiendo trasladar a la esfera pública los supuestos éxitos privados. La vocación redentora duró poco. Los leones de la “nueva política” devinieron en gatitos que lloraban en el recinto, se replegaban para evitar los mordiscones de algunos zorros políticos y se entregaron a un andar legislativo inocuo.

No fue la forma en que los Emilianos llegaron. Ninguno receló de la política ni buscó humillar a políticos aun cuando pudieran criticar con énfasis modelos, estilos de gestión o impericias. Tiene sentido. Ambos provienen de familias politizadas, tuvieron recorridos políticos y hasta fueron parte de administraciones estatales: uno con Miguel Isa y el otro con Juan Manuel Urtubey. Tal vez por ello contaban con conceptos que permiten discursivamente unir las partes de un todo para elaborar propuestas, criticar ideas o elogiar otras. Durand puso sobre la mesa a un sujeto social al que ahora todos buscan interpelar: los emprendedores, cuya importancia puede medirse por ser hoy en día más numerosos que los empleados en relación de dependencia tanto públicos como privados. Estrada recuperó la noción de desarrollo económico proponiendo elaborar los recursos presentes en la región y que puedan multiplicar el empleo, generar ingresos al Estado y potenciar las investigaciones.

No exageraba quienes decían que los mencionados protagonizaron proselitismos menos pobres que los anteriores y varios de los que así pensaban pronosticaron que el protagonismo de ambos sería importante de cara al 2023. Lo último no está ocurriendo y la vieja pregunta se impone: ¿Por qué? Una respuesta sería la siguiente: es inoportuno tratar de encantar a una sociedad cuando la mayoría de sus miembros siente que cada día es un obstáculo difícil de superar, cuando la crisis priva de planes y de sueños a quienes deben ocuparse de sobrevivir el momento. Una explicación verosímil pero parcial al prescindir de la dimensión palaciega, esa que se da en los lustrosos pasillos y despachos del Poder en donde suelen definirse gran parte de la direccionalidad política del conjunto.

Allí Emiliano Durand debe sentirse cómodo por su evidente pertenencia al proyecto del gobernador Sáenz, que hoy es “el” candidato y también “el gran elector”, en tanto tiene capacidad para imponer candidaturas y garantizar apoyos determinantes. Todos aseguran que la relación entre el gobernador y el senador es fuerte, viene desde al menos el 2021 y terminó de consolidarse en la primera mitad del 2022 cuando compartieron masivos eventos con emprendedores. La alta exposición de Durand culminó a mediados de año tras una protesta de movimientos sociales en un local del interior donde debía dar un taller y una polémica menor por la entrega de cuatro tablets en uno de sus eventos. La alta cobertura mediática que tuvieron los episodios fue un claro indicio del celo que provoca el periodista entre dirigentes -propios y extraños- por la cercanía con el mandatario provincial y su propia popularidad.

Si esos hechos efectivamente lo deslizaron a bajar el perfil, se trató de una decisión que el cálculo político recomendaba. Después de todo, el manual indica que nunca es bueno convertirse en blanco móvil de ataques que Durand puede sortear pero que pueden significarle más costos que beneficios políticos. Más aún si la pertenencia política al proyecto del gobernador está fuera de toda duda. Bajar el perfil es negocio en el corto plazo. No despliega energías ni recursos, evita desgastes no forzados y mantiene musculatura para cuando decida jugar o cuando el gobernador le pida que baje al barro de la cancha en nombre del proyecto. Los que saben aseguran que todo dependerá más de lo que decida el mandatario. Tiene sentido. Nadie es completamente libre y los jefes suelen ser así: llegado el momento indagan las posibilidades electorales, ponderan a los potenciales adversarios, calculan movimientos, eligen jugadores y emiten órdenes sobre dónde y cómo jugar.

El caso de Emiliano Estrada es distinto. Su relación con el gobernador y su entorno nunca pareció estar signada por la confianza sino por la sospecha que en política siempre hace más difícil lo que en teoría debiera ser fácil. Dicen quienes conocen los entretelones palaciegos que tal situación se distendió al inicio del gobierno de Sáenz que cargaba con una desventaja que sus predecesores no padecieron al inicio de sus primeros mandatos: tanto Juan Carlos Romero como Juan Manuel Urtubey eran considerados como parte de las poderosas tropas del menemismo y el kirchnerismo respectivamente, a diferencia del nuevo gobernador que al asumir tenía nula relación con un Alberto Fernández que debía pensar en qué hacer con la deuda heredada y pronto se las tendría que ver con la pandemia. En ese contexto Estrada habría tendido puentes entre la gestión provincial y la nacional cuando el ministro del Interior Wado de Pedro -al que Estrada reporta- articulaba vínculos con actores políticos de distintas jerarquías que incluían a los gobernadores.

La versión es verosímil. Explica por qué Estrada fue bien acogido en agosto del 2020 en el PJ que comenzó a conducir Pablo Outes y por qué el Grand Bourg no vetó su candidatura a diputado nacional que Wado de Pedro bendijo (2021) ante una dirigencia del Frente de Todos local que solo emitía ruidos, salvo para impugnar la candidatura de quien era señalado como infiltrado saencista en el movimiento. De cara a las primarias de septiembre, Estrada fue al encuentro de intendentes del interior aprovechando vínculos forjados cuando era ministro de Urtubey y que mantuvo como funcionario del Ministerio del Interior. El objetivo se adivinaba: sumar al armado electoral a jefes comunales capaces de instalar el apellido de un candidato en rincones alejados de Capital. Sus allegados aseguran que en ese periodo el mérito fue exclusivamente del candidato y que los recursos provinieron de Nación, a diferencia de lo que ocurrió entre septiembre y noviembre, cuando el Grand Bourg se involucró decididamente en la campaña. Lo último pudo corroborarse cuando, celebrando su triunfo, Estrada agradeció públicamente a Outes -Coordinador Político de la Gobernación- la territorialidad garantizada que se tradujo en números: de los 195.682 votos cosechados casi 132 mil provinieron del interior.

Si tal distención de las relaciones llegó a ser una primavera, la misma duró poco: sólo hasta el día de la votación del acuerdo entre el gobierno nacional con el FMI. Sáenz pidió a los legisladores salteños acompañar la negociación con el organismo internacional al que Estrada retaceaba apoyo. Hay quienes dicen que el gobernador y el diputado mantuvieron conversaciones en donde el último adelantó que se abstendría. Si la alternativa era del agrado o no de Sáenz lo desconocemos aunque finalmente el legislador votó en contra y que sus intentos por lograr un encuentro con el mandatario, exponerles sus razones y ofrecerle disculpas fueron vanos. No hay charla alguna desde aquel mes de marzo, el entorno del gobernador interpretó el acto como una ofensa inaceptable a Sáenz, el señalamiento de “desagradecido” es el menos fuerte que le dedican al economista y Pablo Outes le habría verbalizado los reproches en persona durante una reunión en la que el diputado terminó reivindicado su autonomía política. Lo último no lo debe haber ayudado. Quienes conocen al “Loro” saben que es un tipo tranquilo para hablar o escuchar pero duro cuando da por acabado ciertos asuntos.

Una curiosidad: mientras el oficialismo ubica el final del vínculo en marzo, Estrada lo ubica un tiempo después. Más precisamente cuando un poco discreto jefe de Gabinete nacional, Juan Manzur, habría dejado trascender detalles de una charla en donde el mandatario salteño se despachó contra el legislador, que al enterarse de lo ocurrido concluyó que todo estaba terminado. Sáenz también se encargó de hacerlo público al declarar en medios locales que debía elegir bien a los candidatos para no repetir experiencias en donde algunos llegaban con su apoyo para luego hacer la propia. A buen entendedor pocas palabras. Todo lo expuesto tuvo sus consecuencias prácticas. Hace tiempo que el diputado nacional no posa con intendentes salteños. En su entorno lo atribuyen a una advertencia perentoria de Antonio Hucena a los jefes comunales. Es probable. Tan probable como que los propios intendentes concluyeran por sí mismos que lo mejor era evitar fotos y reuniones que los hagan merecedores de escarmientos que las cúpulas pueden no anunciar ni celebrar pero que efectivamente ejecutan.

El desenlace no debería sorprender tanto. El oficialismo nunca consideró a Estrada como hombre propio y muy difícilmente lo haya creído un aliado estratégico. El vínculo que tuvieron encaja más bien en esas alianzas tácticas que las cúpulas concretan para evitar insubordinaciones en algunos casos o para garantizarse apoyo de terceros en otros. Lo dicho no inhabilita la posibilidad de reencuentros políticos, aunque ello parece poco probable por voluntad de ambas partes. Lo cierto, en todo caso, es que si Estrada quiere recuperar un perfil alto deberá arrojarse a sus propias posibilidades. Si la intención, como algunos dicen, es candidatearse para gobernador, los tiempos ya parecen jugarle muy en contra.

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