El cuento (1962) de Julio Cortázar describe, sin proponérselo, una conducta de parte de quienes hacen política. 

La hipocresía que, en política, es la apropiación ilegítima de tradiciones que parte de la sociedad valora. Muchos ejemplos. 

Al describir la trayectoria de algunos dirigentes entendemos por qué se ha relegado a los partidos al evanescente lugar de los «espacios». 

Hablar de partidos es reconocerse parte de un todo. Como dice el Papa Francisco, «el todo es superior a las partes». 

Suprimimos los partidos, los reemplazamos por «espacios». No es sólo cambio de palabras. 

El concepto «espacio» nos aleja de «ubicarnos» como parte de la totalidad. Deroga la pertenencia. El «espacio» convoca a «estacionarse» por el tiempo conveniente. 

¿Borocotó? La borocotización. Ejemplo: el Senado no hubiera podido desconocer a la Corte (Consejo de la Magistratura) sin Clara Vega, senadora elegida en La Rioja por oponerse al kirchnerismo, grupo que, en el Senado, lo forman dos bloques, pero una sola voluntad dominante e íntimamente unidos. Un milagro. 

Los espacios políticos no soportan el análisis de trayectoria. Si lo hacemos observaremos que en muchos líderes predomina ser «ex». Lideran justo los que provienen del espacio contrario. En Juntos por el Cambio es obvio: casi todos son «ex» funcionarios del otro lado. 

En el Frente de Todos predominan, por ejemplo, los dirigentes del menemismo en los ’90 -incluimos a Cristina y Alberto- que «ahora», kirchnerismo Siglo XXI, sostienen que Carlos Menem es el origen de todos los males. 

Pero fueron ellos los que posibilitaron ese programa. Sin Néstor no se privatizaba YPF y fue Oscar Parrilli el gran protagonista del «ypfcidio». 

¿Importa la trayectoria? Para muchos, tal vez con razón, el pasado no cuenta. Pero, exigen, confesión y propósito de enmienda. 

Pero la trayectoria no es sólo el pasado. También la dirección hacia el futuro: la trayectoria es un disparo en vuelo. Por eso, si la trayectoria es sinuosa, no es predecible. Y lo impredecible espanta a la confianza. 

Hay algo, más allá de simpatías detectadas por los encuestadores, que nos alerta acerca del futuro en mano de dirigentes de «sinuosa trayectoria». 

Sin aval de trayectoria es difícil generar crédito. Sin él las exigencias son al contado. 

En términos de respuesta, a las demandas colectivas, no hay manera que la Argentina pueda saldarlas a corto plazo. Menos al contado. Por eso la necesidad de confianza en los líderes. Por eso el necesario capital de trayectoria hoy tan devaluado. 

En este contexto es que hay que interpretar a esta celebración kirchnerista del jueves 17 de noviembre. Una vez más -y van…- se repite, por parte de Cristina K, el intento de apropiarse del Perón muerto reinterpretándolo. 

Lo hace provocadoramente recostada sobre los organizadores de La Cámpora. Ellos se reconocen seguidores de quien traicionó a Perón. Uno que fue expulsado del círculo de Perón. 

No fue así Vicente Solano Lima, vicepresidente renunciante, que siguió como funcionario de la Casa Rosada, no Cámpora y sus leales. Son los que reivindican a los asesinos de José I. Rucci y a quienes Perón expulsó de la Plaza. 

Cristina, en caída, trata de apropiarse del muerto. Al mismo que, frente a Antonio Cafiero, llamó «viejo de mierda» con envidia incontenible. En caída, se aferra al muerto, amarrada como a paracaídas que evite un derrumbe en soledad. 

Al 17 de noviembre lo llaman «Día del Militante». Ese día de 1972 retornó Perón luego de 17 años del exilio posterior a su renuncia motivada por el golpe militar que se convirtió en el gobierno de la Revolución Libertadora. El que inauguró un irracional período de 18 años de proscripción, lamentablemente, avalado por los partidos de entonces, menos el Justicialista proscripto. 

Perón había regresado ese día. Pero en realidad el mensaje de su retorno fue el 19 de noviembre cuando recibió, en su residencia de Gaspar Campos, a Ricardo Balbín. El líder radical debió saltar la tapia que separaba la casa del ex mandatario de la de su vecino. Una metáfora de lo que era necesario hacer para iniciar un dialogo civilizado: saltar una barrera de odios. 

Balbín después recordó «En noviembre de 1972 fue como si siempre nos hubiésemos hablado. ¡Cosa curiosa! ¡Fue como dejar de lado todo lo de ayer para empezar un camino nuevo! Así todo resultó fluido, fácil, cordial».

¿Quiénes fueron los que impidieron que luego del proceso electoral que recuperó la democracia, como describía Balbín, todo fuera cordial? 

Perón y Balbín, líderes que animaban a más de 80% de la ciudadanía, construyeron ese bien preciado sin el cual la democracia, sino imposible, es enormemente difícil: «la amistad política». El clímax de la amistad fue el 19 de noviembre de 1972. Una fecha que no celebramos. 

Perón tuvo que asumir la presidencia, la que no esperaba ni aspiraba, porque una parte de los actores de la posterior tragedia de Ezeiza trató de apropiarse de su electorado como botín de guerra. 

Ese asalto anunciaba que sobrevendría el fin de la «amistad política». El motivo de su regreso, después de «La Hora del Pueblo» y las «Coincidencias Programáticas de las organizaciones sociales y los partidos políticos». Amistad que ambos líderes pretendían construir entre los ganadores y los derrotados de la elección. 

La relación con Balbín, el deseo de compartir con él la fórmula presidencial fue frustrado, entre otros por Norma Kennedy y algunos dirigentes radicales. 

Esa voluntad no se doblegó, una vez en la Rosada fue transmitida a Gustavo Caraballo -Secretario General de la Presidencia- para que buscara la forma legal por la que, en caso de no poder seguir él al frente del Estado, fuera el mismo Balbín quien condujera el gobierno. Fueron gestos, acciones, propias de la necesaria construcción de la amistad política para sostener una verdadera democracia en la que la permanente posibilidad de la alternancia es condición necesaria. Rechazar la alternancia, el diálogo, es erosionar la democracia. 

Es necesario recordar quién o quiénes, en aquél tiempo hicieron más para impedir el proceso de plena democracia -fundada en la amistad política y la suma de la voluntad popular- de leyes sancionadas por unanimidad. 

No fueron los opositores, los empresarios, los sindicatos. Ellos concertaban. Fueron las organizaciones guerrilleras y, en particular, quienes respondían a Montoneros que atacaban el Estado de Bienestar para imponer el socialismo nacional por las armas. 

A causa del triunfo de Perón con más de 62% y los que sumaron los partidos de las Coincidencias, fue que asesinaron a José I. Rucci para quebrar al gobierno popular. Siguen impunes. Sin pedir perdón. Gozando de privilegios. Algunos han sido destacados funcionarios de esta democracia. Muchos ocultando ese pasado, todos sin asumir su responsabilidad. Disfrutan de un escenario de libertad que trataron de destruir. 

Los que celebran esa militancia, los que no lo vivieron, no saben lo que celebran. Gran parte de nuestra decadencia proviene de esta confusión.

Perón aterriza el 17 de noviembre. Una foto histórica, Rucci protegiendo a Perón. Denota a quién elige Perón para decir: llegué. Ni Abal Medina, ni Cámpora, ni López Rega están junto a él. Hay una distancia que marca la escena. Una foto puede decir más que mil palabras.

Es que Rucci tenía la misma mirada de Perón: su secretario de prensa era Hugo Barrionuevo, sindicalista humilde, radical y luego ministro de Raúl Alfonsín. Otro tiempo. Otros hombres. Partidos, parte de un todo.

Frente al presidente muerto, Balbín en «representación de los partidos…al servicio de la unidad nacional», dijo «vengo a despedir (al) Presidente…que puso el sello a esta ambición nacional del encuentro definitivo»…»me honro, me permitió saber que sabía que venía a morir y me dijo: ‘Quiero dejar por sobre todo el pasado, decir definitivamente, para los tiempos que vienen, que quedaron atrás las divergencias para comprender el mensaje nuevo de la paz de los argentinos, del encuentro en las realizaciones, de la convivencia en la discrepancia útil, pero todos enarbolando con fuerza y con vigor el sentido profundo de una Argentina postergada'». 

Don Ricardo continuó: «Todos hemos recogido su último mensaje: ‘He venido a morir en la Argentina, pero a dejar para los tiempos el signo de paz entre los argentinos’. Frente a los grandes muertos tenemos que olvidar todo lo que fue el error, todo cuanto en otras épocas pudo ponernos en las divergencias, pero cuando están los argentinos frente a un muerto ilustre, tiene que estar alejada la hipocresía y la especulación para decir en profundidad lo que sentimos y lo que tenemos. Los grandes muertos dejan siempre el mensaje. Este viejo adversario despide a un amigo. Y ahora, frente a los compromisos que tienen que contraerse para el futuro, porque quería el futuro, porque vino a morir para el futuro».

El 19 de noviembre, el día del encuentro entre Balbín y Perón, es el verdadero día del retorno y el día que la memoria del muerto obliga a militar.

Balbín, al igual que Cortázar en «Conducta en los velorios», nos señala que realmente velar al líder muerto es alejarse de la «hipocresía y la especulación».

En estos días, empresarios, sindicalistas, políticos, protagonistas del desastre de los últimos años, han invitado a Felipe González para que explique cómo se hace un Pacto de la Moncloa. 

No se siembra en tierra dura. Muchos que ya no están, araron una tierra seca por 18 años de proscripción y enfrentamiento, realizaron acuerdos profundos. 

Es importante recordar, para poder crecer, quienes fueron los responsables de la destrucción de esos acuerdos, no necesariamente las personas, pero sí sus ideas y su espíritu de violencia que, en plena democracia, en nombre del «amor al pueblo», violaron, desde el llano, el «no matarás». No fue un genocidio. Fue el asesinato de un futuro posible.

La hipocresía no debería celebrarse.

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