La destacada mujer wichí Octorina Zamora falleció ayer, a la edad de 64 años, pasadas las 5.30, en la clínica donde se encontraba internada desde hacía días, en la ciudad de Salta, acompañada por sus afectos más cercanos. «Octorina i leiyejh hohnat, dejó la tierra«, informó su hija, la médica Tujuayliya Gea Zamora.
A pesar de que el desenlace se esperaba, la novedad de su deceso causó conmoción en Salta, sobre todo en las comunidades indígenas y en la localidad de Embarcación, en el Chaco salteño, donde residió y fue niyat (autoridad) de la Comunidad Honhat Le Les. Ayer la municipalidad dispuso un ómnibus para que familiares y otras personas cercanas puedan viajar a la capital provincial a despedirla.
Hacía días que la enfermedad había obligado a Octorina a detener su agenda de viajes y recorridas por los territorios de Salta y la provincia del Chaco, donde la requerían con el fin de visibilizar las luchas, especialmente para que se detuviera la violencia contra las niñas y mujeres del Pueblo Wichí, sobre todo los abusos sexuales de parte de criollos, que ella rehusaba llamar «chineo».
Se definía a sí misma con estas simples palabras: «mujer wichí», y al menos desde los 90 a la actualidad fue una figura destacada en la lucha por el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, particularmente los de su pueblo. Desde aquella época estuvo en cada acción importante reclamando por el derecho a la titularidad del territorio de uso ancestral, también acompañó el reclamo por una educación y una salud respetuosas de la cosmovisión indígena.
En 1992, cuando el capitán de navío golpista Roberto Arturo Ulloa llevaba a cabo su gobierno institucional, elegido por la mayoría del voto salteño, Octorina puso una carpa en la plaza central de la ciudad de Salta, la 9 de Julio, para reclamar por la vulneración de derechos a su pueblo. Mucha gente se dio entonces por enterada de la situación de los pueblos naciones indígenas en la provincia.
En los años siguientes encabezó y acompañó otros reclamos, como el pedido para que la Universidad Nacional de La Plata restituya los restos de tres hombres indígenas que habían sido asesinados en los ingenios azucareros.
Cuando se sucedían las muertes de niños y niñas indigenas por desnutrición o causas vinculadas, encabezó el reclamo por el Centro de Recuperación Nutricional del Hospital Juan Domingo Perón, de Tartagal, la ciudad a la que son derivadas las personas enfermas del Chaco salteño, donde hay mayor cantidad de población indígena.
También acompañó las audiencias en el juicio por la Masacre de Napalpí, la matanza de cientos de personas de los pueblos Qom y Moqoit, cometida el 19 de julio de 1924, en el que entonces era el Territorio Nacional del Chaco. Este hecho, y la persecución y asesinato de quienes habían logrado escapar del primer ataque, fueron declarados «crímenes de lesa humanidad cometidos en el marco del genocidio de los pueblos indígenas».
De todas esas luchas, este año Octorina dedicó gran parte de su acción a denunciar la violencia que sufren niñas y mujeres indígenas. Tres femicidios, de las niñas Pamela Julia Flores y Florencia Torrez, en Salta, y la adolescente Jorgelina Reynoso, en el Chaco, y los muchos relatos sobre otras abusos de todo tipo que recibía, parecían darle la razón.
Y esa fue la preocupación que la acompañó hasta sus últimos días, estaba convencida de que había que llevar talleres de educación sexual a la comunidades, y se esforzaba por encontrar financiamiento para eso. En una de sus últimas declaraciones públicas, pidió al presidente Alberto Fernández que las recibiera «por ser las mujeres indígenas las primeras víctimas de terrorismo de Estado«.
Distinación honorífica
Anteayer, el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) le entregó a Octorina la primera distinción honorífica “Eulogio Frites”, «en reconocimiento a su trayectoria y compromiso inclaudicable en la defensa permanente de los derechos de niños, niñas, jóvenes y mujeres de los Pueblos Originarios y del medio ambiente».
Eulogio Frites fue también un destacado luchador de «la protección, defensa y ampliación de los derechos de las comunidades y pueblos indígenas», reseñó el INAI.
«Es imprescindible e impostergable reconocer desde el Estado a integrantes de los Pueblos Originarios», dijo la presidenta del INAI, Magdalena Odarda, y destacó de Octorina que visibilizó «las realidades existentes en el territorio» y se esforzó por el fortalecimiento de los pueblos indígenas, «viene sembrando semillas en muchas personas, que con seguridad seguirán acrecentando ejemplo, su legado de lucha y resistencia frente a la marginación que sufren las distintas comunidades”, afirmó.
Octorina debió detenerse para atender su salud poco después de que acompañara la presentación de unas 30 mujeres wichí que denunciaron haber sido abusadas y pidieron protección para sus hijos nacidos de estas prácticas aberrantes que todavía llevan a cabo muchos hombres criollos, sobre todo en el Chaco salteño.
«Las feministas tenemos la obligación moral de tomar sus banderas y continuar su lucha», la despidió la periodista Marta César, que la acompañó en muchas de sus luchas.