La gira europea de Alberto Fernández pareció buscar 3 objetivos: 1) proyectar su liderazgo regional de cara a las cumbres presidenciales de las Américas y el G20, 2) atraer inversiones, particularmente en el sector energético y 3) tomar distancia de las disputas internas que aquejan a la coalición de gobierno. El logro de estos objetivos ha sido, por lo menos, discutible.  

La idea de Argentina como interlocutor regional frente a Europa enfrenta varios problemas. La pretensión argentina de tomar la antorcha del liderazgo regional solo es concebible porque quienes tienen las capacidades para hacerlo –Brasil México– están muy ocupados por su agenda de política doméstica y tienen un manifiesto desinterés por la política exterior como es el caso de Andrés Manuel López Obrador; o están aislados respecto tanto de sus vecinos como de las principales potencias, como es el caso de Jair Bolsonaro.  

A ello hay que sumar el alto grado de fragmentación que hoy exhibe América Latina, una región cuyos problemas se han agravado a causa de la pandemia. Finalmente, está la cuestión de las oscilaciones que la política exterior argentina ha mostrado a lo largo de la actual administración.

El presidente Fernández viajó a España, Alemania y Francia con el fin de plantear una visión respecto de la guerra en Ucrania que es difícilmente compatible con la de sus interlocutores. A ello deben sumarse las zigzagueantes posturas argentinas en materia de política exterior, explicables posiblemente a partir de la necesidad del Gobierno de conformar a todas las tribus que integran el Frente de Todos.

En ocasiones los jefes de Estado conciben la política exterior y los viajes como una suerte de refugio de los problemas de la política doméstica. Este no parece haber sido el caso.

La gira a Europa no logró alejar al Presidente de la agenda local, ni tampoco calmar las dispuestas internas dentro del Frente de Todos. La política doméstica no dio respiro al Gobierno. La atención estuvo más centrada en las audiencias públicas en las que se discutió la suba de las tarifas energéticas, en el dato de inflación de abril y en la interna del Frente de Todos, que en el viaje presidencial.

El Frente de Todos se dobla, pero no se rompe. Tal vez haya que hacerse a la idea de que la disputa interna, que Cristina Kirchner redujo a la categoría de “debate de ideas”, sea la nueva normalidad del Frente de Todos. 

Desde Europa, Fernández hizo poco por bajar el tono de la disputa abierta que mantiene con la vicepresidenta. El Presidente respondió desde el otro lado del Atlántico a los ataques lanzados la semana pasada por la vicepresidenta y las figuras del Gobierno más cuestionadas por el kirchnerismo, Martín Guzmán y Matías Kulfas, salieron también al cruce de la vicepresidenta y sus seguidores.

Con la inflación en ascenso y sin una solución efectiva a mano, la interna del Gobierno seguirá escalando a medida que se acerque la elección del año que viene. Pero mientras se especula con la posibilidad de una ruptura de la coalición gobernante, la misma difícilmente ocurra.

El Frente de Todos se dobla, pero no se rompe. Tal vez haya que hacerse a la idea de que la disputa interna, que Cristina Kirchner redujo a la categoría de “debate de ideas”, sea la nueva normalidad del Frente de Todos.

Una especie de empate en el que las declaraciones filosas y las chicanas que a diario intercambian los integrantes de las distintas alas del Gobierno no conducen a ningún desenlace. Pero obviamente dañan la gestión de Gobierno.

El Ejecutivo impulsa una política económica que la facción mayoritaria de su coalición cuestiona desde el Legislativo, promoviendo iniciativas que justamente van a contramano de esa política.

Es en ese contexto que el presidente fue a buscar inversiones a Europa para el sector energético. La invasión de Rusia a Ucrania ha impulsado fuertemente el precio de la energía, lo cual supone un problema hoy para Argentina, pero a la vez una oportunidad a mediano plazo.

El Gobierno se ilusiona con un nuevo marco legal para el sector de hidrocarburos y que ello permita aprovechar el actual contexto internacional. La pregunta es más bien hasta qué punto la política doméstica, las incertidumbres que plantea la situación económica y los interrogantes respecto de 2023 conspiran contra la voluntad del gobierno de atraer inversiones. La política exterior es para cualquier Estado una herramienta fundamental para mejorar los niveles de vida de sus habitantes. Cabe preguntarse en qué medida las dudas que genera la situación política doméstica conspiran contra su efectividad.

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